ARIEL ROT

Ariel Rot, baile de ilusiones

 

Ante todo una pequeña advertencia. Lo de comparar Hablando solo con Tequila, Los Rodríguez o cualquier disco reciente de algún ex-compañero, como Andrés Calamaro, sería una obviedad. No, mejor escucharlo sin ideas preconcebidas. Ariel, a pesar de su trayectoria, quiere presentarlo en clave íntima, en clubes y garitos.  Él no cree en los lanzamientos a bombo y platillo, en locales grandes y con muchas alharacas. Prefiere el trabajo de base, el tocar en recintos donde puedes ver los ojos de todos los espectadores. Una actitud sana. Y sensata. Ariel, no se olvide, es un veterano de 21 años de rock, con una parte de las mejores páginas del rock en castellano. Y sabe que es mejor no tomar atajos: siempre terminas pagando peaje a la salida.

 

Y antes de que Ariel suelte una de sus risas alborotadas y se tape la cara y diga «no, no, no, no», convendría recordar que este bonaerense-reciclado-en-madrileño podría presumir de hazañas aún más insólitas. En el ingrato panorama del rock en español, donde las carreras son breves, Ariel es de los pocos que han triunfado en dos décadas con grupos diferentes. Con grupos que, además, supusieron revoluciones, cambios de rumbo, rupturas.

 

A finales de los setenta, Tequila.  Un grupo de éxito tan grande que sólo en tiempos recientes se ha podido calibrar su verdadero impacto. «Tequila recuperó el castellano para el rock y lo hizo con una oferta hedonista que contrastaba con todo lo que sonaba en aquellos años de la transición».  El mito arquetípico del rock se llama, en España, Tequila: ascensión veloz, caída en picado y todos los tópicos del ‘vive deprisa, bla, bla, bla’.

Y a principios de los noventa, Los Rodríguez. Fuera de modas, triunfaron a pesar de las adversidades -(cuatro discos en tres compañías discográficas distintas!- y demostraron que no había nada aberrante en la ocurrencia de fundir rumba flamenca o milonga porteña con los esquemas de rock.

 

Eso lo sabe muy bien Ariel: «Yo soy hijo de los Rolling Stones, pero también de Charly García». Y quién dice García, el genio volcánico del rock argentino, podría añadir una retahíla de artistas que Ariel conoció en Argentina o España. «El rock, amigo, no es una fe implacable, como de Concilio de Trento: también podríamos hablar de un talante vital, de una forma abierta de entender la creación musical».

 

Nadie debería sorprenderse de que Ariel trabaje en el Estudio Mano Santa -a la izquierda del salón de estar, según se entra en su casa madrileña- en ritmos jungle y otros delirios poco rockistas. «Son las ventajas de abandonar un grupo en su momento de máxima popularidad: los 250.000 ejemplares de Hasta Luego me han dado una tranquilidad económica. Es como si disfrutara de una beca de Los Rodríguez».

 

(Aviso! El divorcio de Los Rodríguez no es vivido por Ariel como una tragedia: «En un grupo, los roles se estereotipan y eso afecta a la creatividad. Yo creo que fue un gran acierto parar en ese momento. Y siempre queda una puerta abierta…»

 

Ariel no sufrió el síndrome de abstinencia de escenarios.  «Después de unas semanas de relajo, me puse a patear pequeños locales de la capital con The Rota o Sticky Fingers». Casi automáticamente se advirtió en estado de gracia y las canciones brotaron en torrente. La solución era obvia: un disco como solista. Ariel ya había probado esa jugada en los años ochenta: «Pero no hubo acierto en la producción, se grabó con músicos a los que yo apenas conocía».

¡Un remedio! Llamar a un grupo ya existente, de agilidad demostrada, con capacidad de adaptación: los Attractions, famosos por su trabajo al lado de Elvis Costello. «Es un trío que aceptó la incorporación mía y se convirtió en un cuarteto. El feeling de banda se desarrolló de forma natural. Ellos venían con unos esquemas muy minuciosos donde se explicaba como tocarían cada canción, pero no había inconveniente en buscar nuevos tratamientos. De hecho, casi todos los temas se probaron de diversas formas, en rápido y en ralentizado, en rock y en funk…»

 

Primero, dos semanas en Du Manoir, atractivo estudio en la campiña francesa, a una hora en coche del aeropuerto de San Sebastián. «Fue una convivencia muy intensa que me permite asegurar que ha sido una de las etapas más felices de mi vida». Con alguna grata visita, como la del gran Fito Páez y otros amigos.

 

Luego, vuelta a la ciudad para la últimas pinceladas. Y un mes de mezclas en Nueva York, para dar luz a Hablando solo. «Por cierto, “Hablando solo” es una vieja canción de Los Rodríguez que nunca tuvo un lanzamiento oficial y que tampoco está presente en esta colección». Cosas que ocurren.

Xavier Valiño

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