ANTONIO VEGA 1994

Lecciones de física con Antonio Vega

 

Busca un libro que diga cómo,

luego otro que se titula sí.

Sigue… un tercero llamado nada

es la fórmula de círculos sin fin.

Es que no hay nada mejor que revolver

el tiempo con el café.

Es que no hay nada mejor que imaginar,

la física es un placer.

Versos logrados, como ya conocerán los seguidores de la carrera de tan atípico cantante. Era «Una décima de segundo» y, como «El sueño», «Atrás», «No puedo mirar», «El sitio de mi recreo» y tantas otras, hasta un total de 60, le han ganado por derecho propio un lugar en el olimpo del pop en castellano.

Primero como Nacha Pop y, desde hace unos años, en soli­tario. Lo único que vino a confirmar la disolución de aquella banda madrileña es dónde se encontraba el verdadero talento. Sus antiguos compañeros, entre ellos su primo Nacho García Vega, no han podido con la leyenda, y sus tres discos publica­dos hasta la fecha no dejan de ser anodinos ejercicios de estilo sin una personalidad definida, en busca de un respaldo mayoritario que les rehúye.

Por contra, Antonio Vega ha elegido el camino más difí­cil. El camino de los vicios ilegales, que contribuyó a rema­tar a Nacha Pop y a aproximar la leyenda al mito. El camino de los cantautores rock, cuando en este país no había un hueco para ellos -parece que ahora Manolo Tena y Manuel Illán lo invocan con desigual fortuna-. El camino de la corta produc­ción: desde finales de los 80 sólo nos había legado el esplén­dido y claro -en referencia a los rumores sobre su salud- No me iré mañana, el disco que todos esperábamos pero que supo a poco, y una colección de baladas, El sitio de mi recreo, que sólo aportaba como novedades una digna versión del «Ansiedad» de Antonio Machín, en clave pop, y la canción que le daba títu­lo, un lujo que vale por todo un disco.

Ni siquiera la recreación de sus canciones el año pasado por diecisiete artistas nacionales, admiradores de su obra, les hizo justicia. Ya el desafortunado título, Ese chico triste y solitario, presagiaba su contenido y volvía a inci­dir en el lado más turbio de su persona.

No es fácil capturar el espíritu de sus canciones. Al­guien escribió que «sus letras son de una magnífica opacidad, espirales de metáforas personales, crónicas de visiones cre­pusculares que tienen el poder balsámico de la experiencia vivida intensamente mientras reservan claves y revelaciones para el oyente obsesivo», lo que da una pista evidente de la dificultad de hacer propio un mundo tan íntimo en busca de, según sus propias palabras, «el placer del dolor y el dolor del placer».

Da igual verlo tan demacrado en sus escasas apariciones o sentirlo ausente el resto del tiempo. Su vuelta es necesaria para exorcizar algunos de nuestros fantasmas y, sobre todo, los de él mismo. Por eso Océano de sol es tan bien recibido. Desde el título ya se nos prepara para asistir a un baño de autoestima a través de un optimismo más anhelado que real. Para envolver­lo, Antonio Vega ha contado con la producción de Phil Manzane­ra, un mago que sabía sacarle luz a las guitarras de Roxy Music en los 70 y que ahora persigue lo mismo a su servicio. Nunca han tenido sus canciones un sonido tan pulido y, a pesar de sonar como algo perfectamente programable en cualquier lugar, no pierde sus aristas más ácidas.

No es todo. También parece como si tuviera la intención de dejar un testamento emocional a las personas que le rodean: hay recuerdos para su compañera, sus padres o los amigos, del presente y del pasado, tratados todos con el agradecimiento y la pasión de quien disfruta de lo que hace.

Sólo son siete las canciones nuevas, cómo no, con la habitual ración de melancolía en «Elixir de juventud», la «Chica de ayer» de los 90. Además, el añadido de un instru­mental y un regalo de su discípulo y amigo Nacho Béjar -«Va­por»-, con el que ha vuelto a grabar una nueva versión a dos voces de «El sitio de mi recreo».

Viento que en su murmullo parece hablar.

Mueve el mundo y con gracia lo ves bailar

y con él el escenario de mi hogar.

Mar bandeja, mar infernal,

es un temperamento natural,

poco o nada cuesta ser uno más.

De sol, espiga y deseo,

son sus manos en mi pelo.

De nieve, huracán y abismos,

el sitio de mi recreo.

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